🕯️CALENDARIO DE ADVIENTO EN VENECIA 🕯️
- Venecisima Venecisima
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Había una vez, en el corazón de Venecia, un palacio antiguo que no aparecía en los mapas. Se alzaba silencioso junto a un angosto canal, donde el agua reflejaba luces temblorosas incluso en las noches más frías de diciembre. Su fachada de mármol marfil tenía 24 ventanas góticas, altas y esbeltas, alineadas como si guardaran un secreto antiguo. Los venecianos lo llamaban il Palazzo del Tempo (el Palacio del Tiempo).
Cada año, cuando comenzaba el Adviento, ocurría algo extraordinario.
La mañana del 1 de diciembre, una niña llamada Caterina, hija de un humilde fabricante de máscaras, notó que una de las ventanas estaba iluminada desde dentro. No era una luz común: brillaba dorada, como si el amanecer hubiera decidido quedarse a vivir allí. Al caer la noche, la ventana se abrió sola y dejó escapar una música suave, parecida al tintinear de copas de cristal.
Dentro de aquella primera ventana había una escena diminuta: un reloj antiguo marcando la espera, y una voz susurró al canal: “La paciencia es el primer regalo.”
Cada día de diciembre, una nueva ventana se abría.
El día 2 mostraba una góndola hecha de estrellas; el día 3, una máscara que reía y lloraba al mismo tiempo; el día 7, un copo de nieve que nunca se derretía. Cada ventana regalaba a Venecia algo invisible pero poderoso: recuerdos, esperanza, perdón, silencio, alegría compartida.
Los vecinos comenzaron a reunirse al atardecer frente al palacio. Nadie se atrevía a tocarlo. Sabían que no era un edificio común, sino un calendario de adviento encantado, construido siglos atrás por un arquitecto enamorado del tiempo y de la ciudad. Decían que había diseñado el palacio para que Venecia no olvidara nunca cómo esperar.
Al llegar el día 24, todas las ventanas brillaban al mismo tiempo. Caterina, ya rodeada de adultos y niños, vio cómo se abría la última ventana, la más alta. No contenía objetos ni escenas, sino un espejo. En él se reflejaban todos los que estaban allí, juntos, sonriendo bajo la nieve ligera.
Entonces comprendieron el último mensaje: “El mayor regalo no se esconde tras la ventana, sino frente a ella.”
Al amanecer del día de Navidad, el palacio volvió a parecer normal. Las ventanas estaban cerradas, silenciosas. Pero desde aquel año, cada diciembre, Venecia espera.
Porque algunos saben que, si miras con atención, siempre hay una ventana dispuesta a abrirse… justo cuando el corazón está listo.
Y así, entre canales 🌊 y campanas lejanas 🔔, Venecia aprendió que el Adviento 🕯️ no se cuenta en días 📆, sino en momentos compartidos 🤍✨




Bellísimo relato, como la vida misma todas ventanas tienen su importancia, sin duda la más valiosa es la última.